5.2.06

Nacida de la ira


Alicia Salomone y Gilda Luongo
Revista Signos

El tiempo de Kirkwood, los ochenta en Chile, impulsaron el cultivo de su rebeldía feminista. Como nunca se sintió al "patriarca ridículo" tan próximo, tan absurdo en su autoritarismo y en su arbitrariedad amiga de la muerte. En ese territorio minado surgió la necesidad de preguntarse cómo llegamos a estar allí de ese modo en medio de la opresión. Y en las respuestas tentativas, desde las mujeres, aparece una claridad que estaba dormida. En el intento político por resistir, por transformar esta sociedad hecha de prótesis, estratificada en clases, erigida desde una democracia tan frágil, incapaz de sostener un proyecto transformador, algo se comienza a develar como extraño, como sonando en otro tono. Incómodas, las mujeres comienzan a preguntarse, nuevamente después de un largo silencio, etapa que Kirkwood llamará también de la liberación global, por el devenir sujetos de este hacer política (Kirkwood, 1987: 179–188).

¿Dónde deseábamos estar las mujeres de izquierda durante la dictadura?, ¿dónde estuvimos antes? Kirkwood junto con otras mujeres rediscutirán los contenidos del proyecto de liberación global, y expresarán la especificidad de la opresión de este colectivo, desafiarán los posicionamientos habituales en el hacer política.

El planteamiento "no hay democracia sin feminismo" obligará a repensar la democracia, abrirá este concepto y lo situará mirando hacia vertientes políticas antes no consideradas: devenir de subjetividades, producción afectivo–sexual, el cotidiano de lo doméstico en su violencia y sumisión, así como también se atreverá a postular las oblicuidades de conceptos tales como libertad, igualdad, solidaridad.

Demandarán ser sujetos que puedan decidir, ser escuchadas en cuanto tales: mujeres de palabra, con derechos y deseos, retratos de cuerpo entero. La especificidad genérico–sexual rondará los intentos y las nuevas búsquedas. La incansable feminista se ubica– rá en la diferencia e intentará lenguajes para decirla, indagará incansable por el modo en que esta diferencia tensiona el proyecto político antidictadura más global. Pero se convence siempre, por lo vital que resulta esta singularidad, esta resonancia feminista y aunque cuesta llamarla de este modo y a boca llena en un principio, será inevitable su pronunciación. Kirkwood junto al colectivo feminista se abre paso y crece en esos años cubiertos por los miedos. Esta mujer intelectual y política se entrega seducida por la fuerza resistente desplegada en mujeres, por la potencia para la acción, ante la reflexión posible, sensible e inteligente y ante esos tonos corporales diversos e intensos. El cuerpo de las mujeres, silenciado en los inicios del feminismo latinoamericano de comienzos de siglo, ahora estalla sin censura y forma parte de la amplitud de registros sensuales y sensoriales del conocimiento cultivado por una diversidad de mujeres. Dice: "Y supe de la enorme e inacabada virtualidad del afecto, del goce y el placer multiplicado y afirmado: de la vitalidad lúdica e irreversible [...]" (Kirkwood, 1987: 236).

Pienso, influenciada por las feministas italianas de la diferencia, que esta intelectual da lugar al cuerpo salvaje, como lo nombra Muraro (1995), ese que permite la decibilidad que viola el mandato de la moderación del habla porque está conectado con (in)cierto lugar en la experiencia materna (Muraro, 1995: 185– 202). Julieta Kirkwood canaliza el impulso de la escritura de mujeres. Dos textos en los que participa como gestora junto a otras mujeres, circulan en ese contexto vigilado y castigado de inicios de los ochenta. Uno se levanta en formato Revista de y el otro en formato de Boletín. Circulan para abrir espacios de lectura, de expresión de los colectivos de mujeres, de conspiración y de resistencias.

En la Revista Furia, Kirkwood escribe la mayoría de sus editoriales además de artículos en colaboración que van a funcionar como provocación y estimulación para la continuidad del movimiento de mujeres.

El segundo texto que surge de esta aventura es el Boletín del Círculo de Estudios de la Mujer . Esta es una publicación que surge de la organización que lleva el mismo nombre. Así como a comienzos de siglo la feminista Amanda Labarca había organizado el Círculo de Lectura , en los ochenta se replica el gesto nombrando el lugar que favorece la creación de espacios colectivos de conocimiento y de acción como "Círculo".

En el Círculo de los ochenta Kirkwood hará su aporte diseñando e implementando un Programa Docente que intentó explorar en teorías que proporcionaban un sustento al movimiento y que formaba a las mujeres para la continuidad de la tarea feminista. En esta vertiente educativa, la feminista busca innovar en tanto le interesa que la teoría y los enfoques científicos se abran para dar cabida a aquellas formas de conocimiento que han quedado fuera de las indagaciones instaladas por el mundo intelectual masculino. Le interesa modificar el estilo autoritario de la enseñanza tradicional así como también le interesa develar la inexistencia de neutralidad en la enseñanza y en el conocimiento. Por otra parte, pretende que la experiencia de las mujeres y sus formas de aproximación a este conocimiento se legitimen. Le interesa por lo mismo seguir el rastro y construir la otra historia. Investiga la historia no contada y la enfrenta a la contada por varones. Sistematiza, organiza y periodiza. Intenta esclarecer y sigue indagando. Se aboca a la tarea genealógica. Encuentra en los retazos, fragmentos, en apariciones y desapariciones elementos que confirman la existencia de la rebeldía de las mujeres y su participación en el mundo cultural, pero junto con esto pone preguntas para orientar el trabajo reflexivo de ese momento. En un intento de asegurar esta labor hacia adelante también se pregunta por el futuro. Reiteradamente expresa su deseo de saber qué sucederá más adelante con los movimientos, sobre todo cuando los tiempos de urgencias hayan pasado, cuando la dictadura haya caído. En estas indagaciones leo una porfiada incerteza más que la certidumbre sólida y la firmeza del movimiento. Cercana y de algún modo heredera del imaginario de las brujas que fueron quemadas, pretende cierta visión que le anticipa un retroceso posible. Tiene la sospecha de que nuevamente las mujeres volverán a los partidos.

Kirkwood se asombraría hoy por lo que nos ha ocurrido, por aquello en lo que nos hemos convertido durante el tránsito viscoso del retorno a la democracia. Quisiera hoy el tono vital de Kirkwood que indagaba apasionada en la teoría para dar sustento al feminismo. Sus lecturas portadoras de aproximaciones inteligentes acerca de autoras y autores, en ese entonces novedosos, y que hoy encontramos en abundancia en la mayoría de los ‘centros de género’ instalados en las universidades, estaban llenas de pasión y compromiso para construir una sabiduría feminista.

Leía a Simone de Beauvoir, Monique Wittig, Juliete Mitchel, Anne Oakley, Sheila Rowbotham, Albert Camus, Michele Foucault, Merlau Ponty, entre otros/ as (Kirkwood, 1990).
Incorporó en sus elaboraciones teóricas feministas, por primera vez en la cultura intelectual chilena, el concepto de género y reflexionó esperanzada respecto de su potencial para la tarea feminista. El género como herramienta teórica está preñada de sentidos políticos. Puede ser un arma teórica potente para la transformación, para el develamiento de los resortes eternamente repetidos como tics en nuestra cultura, sin embargo también es más fácil y cómodo aplicarle higiene y dejarlo instalado en la neutralidad que posibilite venderlo cómoda y progresistamente en el mercado para ganancia y acomodo de sujetos rendidos/as. Por el contrario, la autora toma las elaboraciones de Foucault sobre el poder/ saber y las integra como parte de los nudos feministas. Al hacer esta operación reafirma la convicción intelectual y política de que la teoría puede y debe necesariamente alimentar las prácticas del movimiento. Estos nudos constituyen un eje central en el pensamiento de Kirkwood y demuestra su osadía intelectual para abordar los conflictos, las trampas ciegas y su esfuerzo por trabajar en ellos o desde ellos de un modo diferente al habitual. Así nombra esta labor: "desarrollo ni suave ni armónico, pero envolvente de una intromisión o un curso indebido –no lo llamaré escollo – que obliga a la totalidad a una nueva geometría; a un despliegue de las vueltas en dirección distinta, mudable, cambiable, pero esencialmente dinámica...los nudos son parte de un movimiento vivo" (Kirkwood, 1987; 1990).

Cuando descubre el rendimiento que las nociones y enfoques teóricos dan al feminismo, encuentra que este constituye su mejor aporte, es la mejor contribución que puede haber hecho para que la práctica política del feminismo logre ser posible. Los nudos de la sabiduría feminista posibilitan el develamiento de las complejidades, tensiones y contradicciones que cruzan a las organizaciones de mujeres, que buscan potenciar el devenir sujetos de una nueva manera en la cultura y en la sociedad (Crispi, 1987; Malverde, 1994).

Con Julieta Kirkwood podemos intentar iluminar hoy parte de los anhelos por volver a conformar movimiento político desde el feminismo.

Tal vez ese intento se sustente de manera generosa en las herramientas de análisis de prácticas y de teorías que su lectura brinda. Sin embargo, creo que también es imprescindible tomar a manos llenas el tono vital que se apropia para sí: la ira, porque por ello escribe, revisa papeles, gestiona revistas, diseña cursos, a la vez que actúa inventando colectivos posibles construidos por sujetos mujeres cada vez más deseantes de placer y de saber.

Ese brindis generoso de vida iracunda tal vez es el sorbo que necesitamos las mujeres en este Chile de hoy tan acomodado en el beneplácito y tan miedoso de estridencias más radicales.

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Julieta Kirkwood (1937-1985). Socióloga y teórica feminista, fue una de las figuras más influyentes en la génesis y desarrollo del moderno feminismo chileno. Trabajó por la recuperación de la historia de las mujeres e investigó sobre la participación femenina en la política. Sus aportes a la teoría feminista, influyeron a las feministas de otros países de América Latina. Durante la dictadura militar, participó en acciones de protesta y se involucró con organizaciones de derechos humanos. En 1979, es parte del grupo fundador del Círculo de Estudios de la Mujer que, posteriormente, dará paso a la creación de la Casa de la Mujer La Morada, donde Julieta tuvo un rol de liderazgo, proponiendo la formación del Movimiento Feminista chileno, bajo el lema “Democracia en el país y en la casa”.